martes, 25 de mayo de 2010

Historia: Los Etruscos

El origen de los Etruscos

Según Heródoto, los etruscos procedían de Lidia, en Asia Menor. Durante un período de hambre y bajo la dirección del hijo del rey Atis, Tirreno, una parte del pueblo había emigrado a occidente buscando nuevas tierras y alcanzaron las costas de Etruria, donde se asentaron. La fecha de la emigración habría tenido lugar en el siglo XIII a. C.
Dionisio de Alicarnaso, aún recogiendo la hipótesis de Heródoto y de otros historiadores griegos como Helánico de Mitilene, para quien los etruscos eran descendientes de los pelasgos, pueblo nómada y semilegendario que, desde el Adriático, se había extendido por Italia, concluye con la afirmación de la originalidad y antigüedad del pueblo etrusco y mantiene su autoctonía italiana.
Estas son las dos hipótesis que más inciden en la investigación actual. Y se completan con una tercera hipótesis, actualmente abandonada, según la cual los etruscos no son autóctonos, pero no proceden de oriente, sino, como los indoeuropeos, del norte de Europa y, por tanto, no habrían llegado a Italia por mar, sino a través de los pasos alpinos.

La identidad de los etruscos

Se puede considera como etruscos a un conglomerado de ciudades-estado, que, en época histórica, en el suelo de la Toscana, hicieron crecer una unidad cultural a partir de distintos elementos.
Tenemos en principio una población mediterránea autóctona de pastores y agricultores preindoeuropeos, que son portadores de la llamada cultura apenínica, de tradición neolítica, desarrollada a lo largo de la edad del bronce. Sobre esta población, en la época de transición al hierro se extiende por Italia la cultura de los campos de urnas, que están relacionados con movimientos de población indoeuropeos, empujados desde los Balcanes a Italia en dirección este-oeste, cuya consecuencia directa o indirecta en la Toscana es la aparición del geométrico villanoviano o protovillanoviano. Pero paralelamente a estos movimientos en los Balcanes tiene lugar en el Mediterráneo oriental una serie de conmociones cuyas más evidentes consecuencias están en el hundimiento del imperio hitita y en la desaparición de la talasocracia micénica. En las migraciones subsiguientes a estas dislocaciones, un pueblo procedente de esta área egeoasiánica, alcanzan las costas de la Toscana a través de un camino abierto por Micenas en época anterior. La llegada de estos tursikina hacia el cambio del milenio coincide con el lento asentamiento de poblaciones nómadas que están conectadas con la cultura de los campos de urnas. En un proceso que extiende a lo largo de los siglos IX y VIII estos asiánicos se constituyen en un superestrato que, a partir de la costa y hacia el interior, actúan sobre la población existente hasta alcanzar una unidad orgánica, que se plasma en una comunidad social, cultural y política homogénica a comienzos del siglo VII.
Mientras biológicamente la gran masa del pueblo etrusco es itálica y, por tanto, autóctona, desde el punto de vista cultural la aportación asiánica es fundamental.

El problema de la lengua etrusca

No ha llegado hasta nuestra época ningún manuscrito etrusco, si prescindimos del que aparece en las vendas que envolvían una momia egipcia de época helenística. En casi su absoluta integridad el material escrito es epigráfico. Las casi 10000 inscripciones aparecidas en el territorio etrusco, más las breves grabadas o pintadas sobre diversos objetos, ofrecen una pobre muestra para la reconstrucción de la lengua etrusca.
Sin embargo, el etrusco, a diferencia de otras lenguas antiguas, no ofrece ningún punto oscuro en lo relativo al desciframiento de sus signos, ya que utiliza un alfabeto de tipo griego, muy arcaico, con ciertas modificaciones para sonidos propios de la lengua etrusca, que, hasta hace poco, se creía prestado de la vecina colonia griega de Cumas y que hoy se supone tomado del propio ámbito griego, en fecha anterior a los comienzos de la colonización de Italia.
Con este alfabeto se escribía una lengua que, ciertamente, no puede adscribirse a ninguna otra de las conocidas en la Antigüedad.

La historia etrusca

Para reconstruir la historia etrusca hay que recurrir a fuentes indirectas, ya que es absoluta la falta de testimonios directos historiográficos.
El comienzo de la historia etrusca está en íntima relación con un fenómeno cultural evidente: la aparición en el material arqueológico que se conoce, de los nuevos modelos de la koiné orientalizante mediterránea, no sólo en objetos de importación, sino también en imitaciones autóctonas, que abandonan la decoración geométrica lineal villanoviana. Su explicación se encuentra en el súbito enriquecimiento del país, ligado a la explotación y tráfico del abundante metal de la Toscana. Las ciudades etruscas debieron lograr con este tráfico un estimable desarrollo, que pronto las puso en condiciones de competir en el mar con los pueblos colonizadores del mediterráneo occidental, fenicios y griegos, mientras extendían por el interior de la península sus intereses políticos y económicos fuera de sus propias fronteras.
La expansión marítima
Es lógico relacionar este desarrollo comercial y marítimo con la explotación y posterior elaboración de los metales de la Toscana, que constituyeron en la Antigüedad un núcleo de atención y atracción para los otros pueblos  comerciales del Mediterráneo, griegos y fenicios. Etruria, desde época muy temprana y por su carácter de explotadora de metales, se unió a esta empres comercial en el Mediterráneo, cuyo radio de acción fundamental fueron las costas del mar Tirreno, al que, incluso, dio nombre.
Máxima expansión etrusca
Pero la coincidencia griega de intereses y ámbito de acción debía conducir, tras una etapa inicial de colaboración o de coexistencia, a un conflicto abierto. La presencia etrusca en el Tirreno yuguló la posibilidad de expansión griega en las aguas septentrionales del Mediterráneo occidental. Y este conflicto se extendió a las zonas de interés común, como las costas de Campania y las islas tirrenas, Córcega, Cerdeña y el archipiélago de las Lípari, donde también traficaban los púnicos, que trajo como resultado un reparto de zonas de influencia y una política de alianzas y rivalidades entre las tres potencias. El inestable equilibrio quedó roto cuando, en el siglo VI, un nuevo grupo de griegos procedentes de Focea dio un nuevo impulso a la colonización griega con la fundación de centros en la costa septentrional del Mediterráneo occidental, en las costas de Francia, Cataluña y Córcega. Esta presencia focense en el territorio asignado a la talasocracia etrusca llevó a un entendimiento entre etruscos y cartagineses, a los que estorbaba por igual la actividad griega, plasmado en una alianza ofensiva que dirimió sus diferencias con los griegos en el mar Tirreno, frente a las costas de Alalía, alrededor del año 540 a.C. Las fuentes dan como vencidos a los griegos, pero la arqueología ha demostrado que éstos pudieron mantener sus bases en Córcega.Por su parte, los etruscos hubieron de enfrentarse desde entonces a una serie de problemas que significaron el comienzo de su progresiva influencia en el Mediterráneo. Fue Cartago el auténtico vencedor, ya que la batalla contribuyó a ampliar su radio de acción en el sur del Mediterráneo occidental, que, a partir de entonces, quedó cerrado tanto a las empresas griegas como a las etruscas. Etruria, aislada y limitada al norte del mar Tirreno hubo de aceptar la competencia griega, que terminaría por arruinar incluso su hegemonía sobre las costas de Italia. Los problemas económicos derivados de esta pérdida de influencia transformaron rápidamente las antiguas potencias marítimas etruscas en simples estados continentales, rivales entre sí y con un nuevo enemigo peligroso en Roma, que acabaría por absorberlas en su esfera política.
La expansión continental
La fuerza de expansión de las ciudades etruscas no quedó limitada a su dominio del Tirreno durante los siglos VII y VI. Estuvo acompañada paralelamente de una expansión política y cultural más allá de sus propias fronteras, en dos direcciones: hacia el norte, a través de los Apeninos, hasta la llanura padana y hacia el sur, más allá del Tíber, hasta las costas del Lacio y Campania. Esta empresa continental no fue fruto de un esfuerzo común y metódico de las ciudades etruscas, sino manifestaciones aisladas de la fuerza expansiva de las diferentes ciudades-estado que constituían la Nación etrusca.
El avance hacia el sur comenzó a principios del siglo VII. Su meta eran las ricas llanuras campanas y la aproximación a los centros comerciales griegos de la costa. El resultado fue la fundación de nuevas ciudades etruscas o la etrusquización de otras existentes como Capua. La vía terrestre hacia Campania pasaba necesariamente por el Lacio; y los etruscos no descuidaron su control, al ocupar los puntos estratégicos más importantes, como Tusculum, Praeneste y Roma, que recibieron la beneficiosa influencia del conquistador al ser transformados de simples aldeas a incipientes ciudades.
La expansión etrusca al otro lado de los Apeninos comenzó probablemente a fines del siglo VI, manteniéndose hasta que, en el siglo IV, las invasiones galas transformaron todo el territorio en la Galia Cisalpina
La decadencia etrusca
En la primera mitad del siglo V comienza la decadencia etrusca. Por una parte, el gran aliado etrusco, Cartago, quedó paralizado en Sicilia, tras la derrota sufrida contra los griegos en Himera en el año 480 a.C., precisamente, el mismo año en que la Grecia continental se sustraía a la amenaza persa, tras la batalla de Salamina. Esta victoria griega occidental elevó a la ciudad de Siracusa al carácter de ciudad hegemónica, y a ella recurrieron otras ciudades de Italia para conjurar la molesta competencia etrusca.
Cuando en 474 a.C se produjo un nuevo intento etrusco por conquistar Cumas, ésta pidió ayuda al tirano de Siracusa, Hierón, quien envió una flota contra la que tuvo que medir sus fuerzas la etrusca. La derrota de ésta significó el desmoronamiento de la influencia etrusca en el sur de Italia. En el Lacio, las ciudades latinas se sacudieron el yugo etrusco, entre ellas, Roma, y, en la Campania, el vacío político dejado por la ciudad etrusca fue aprovechado por los pueblos del interior, oscos y samnitas.
Etruria quedó reducida a su territorio originario y al ámbito septentrional de expansión por el Po y la costa Adriática. Pero aún éste, a comienzos del siglo IV se desmoronó ante un nuevo peligro, la invasión de los galos. Por esta época ya habían comenzado los conflictos con la ciudad de Roma que, desde el sur, inició una sistemática política de anexión de las ciudades etruscas meridionales, de las que Veyes fue la primera en caer. Cien años después, la propia Etruria había perdido su independencia.
El fermento de la romanización y la sistemática colonización llevaron a que doscientos años después, a comienzos del siglo I a.C., todo el territorio etrusco estuviese anexionado a Roma, e incluso la pérdida de su propia identidad cultural, que, en el Imperio, había olvidado hasta su lengua originaria, suplantada por el latín.

La sociedad etrusca

Estructura política
Su característica fundamental es la organización en ciudad-estado de cada uno de los pueblos, estructura altamente evolucionada frente al estadio tribal y de aldea del resto de los pueblos itálicos. Estas ciudades son políticamente independientes e incluso, en ocasiones, rivales y se levantan sobre sitios villanovianos y con un trazado ortogonal, tanto en la costa como en el interior de la Toscana. Un rasgo digno de atención de las ciudades etruscas es su federación, de rasgos más religiosos que políticos, que las congregaba anualmente en un santuario, cerca del lago de Bolsena; el Fanum Voltumnae. Esta federación se plasmó en forma de dodecápolis. Pero esta liga se anquilosó en la rutina religiosa y lo ritual, y apenas consiguió en contados momentos una eficaz unión militar y política. Pero, aún en sus fuertes limitaciones, la federación subsistió hasta época muy tardía, encabezada por un magistrado, elegido anualmente por los representantes de la confederación, el praetor Etruriae.
A la cabeza de cada ciudad, en las épocas más primitivas, estaba un rey (lucumo), que debió reunir en su persona atribuciones de carácter político, religioso y militar. Estas monarquías evolucionaron hacia regímenes oligárquicos gentilicios, con magistrados elegidos anualmente de forma colegiada y temporal, los zilath o pretores, presididos por un zilath supremo. Como en otros regímenes oligárquicos, las magistraturas se completaban con un senado, o asamblea de los nobles de la ciudad, y sólo en época tardía se inició una apertura de las responsabilidades políticas al conjunto del cuerpo ciudadano.
Organización social
Las pinturas y relieves nos muestran  una vida aristocrática que emplea su tiempo en luchas y juegos atléticos, deportes y caza, banquetes, dantas y fiestas, donde la mujer ocupar un lugar sorprendentemente activo, insólito para los contemporáneos griegos y romanos.
La sociedad etrusca es de carácter gentilicio, y en ella la pertenencia a una gens, expresada por el nombre familiar, precedido de un prenombre individual, es condición fundamental para el disfrute de los derechos y abre un abismo social frente a aquellos que no pueden demostrarla. El núcleo social era, como en Roma, la familia, entendida en un sentido económico amplio, en la que, con los miembros emparentados por lazos de sangre, se integraban los clientes libres y los esclavos.
Es evidente la escalada, en el sistema social originario, de un grupo de gentes que se elevan sobre el resto de la población libre, para constituir la nobleza, la cual monopoliza el aparato político a través del control de los medios de producción y de su prestigio social.
Las clases medias, si es que existieron, o, al menos, la base de la sociedad libre, nos es prácticamente desconocida. Pero es de suponer que en el ella el artesanado jugó un importante papel.
La verdadera clase inferior estaba representada por un elemento servil, numéricamente importante, ajeno a la organización gentilicia. Estos siervos, sin embargo, tenían abierta la posibilidad de movilidad social mediante su manumisión, los llamados lautni, que se integraban con ciertos privilegios en las familias gentilicias, sujetos al patrono por lazos de clientela.
En su conjunto, la sociedad etrusca es de carácter arcaico, estructurada en una pirámide, cuya cúspide está formada por unas pocas familias nobles, en cuyas manos se concentra la riqueza y el poder político, que, a través de la clientela, ejercen su control sobre la masa libre, y cuya base descansa en la población servil, la cual, con su trabajo, garantiza el poder económico de esta nobleza.
Economía
La agricultura ha de ser considerada como una de las bases fundamentales, a lo que contribuía la feracidad de la Toscana y, de otro, la posesión de evolucionados conocimientos técnicos, como la aplicación del regadío en labores complicadas de canalización.
Pero es sin duda la riqueza metalífera de Etruria lo que en más alto grado contribuyó al enriquecimiento del pueblo etrusco y a su papel fundamental en el Mediterráneo.
Productos agrícolas y manufacturas de metal, con otras mercancías, como la típica cerámica de bucchero, fueron objeto de un activo comercio. Los productos etruscos alcanzaban tanto al ámbito oriental mediterráneo, Grecia, Asia Menor y la costa fenicia, como al occidental hasta la península ibérica y, a través de Francia y de los pasos alpinos, llegaban a Europa central junto a otras manufacturas de distintos orígenes, en cuya distribución el comercio etrusco servía de intermediario.
Etruria, pues, se inserta en la amplia comunidad económica del Mediterráneo como uno de sus pilares básicos y contribuyó a crear una koiné de cultura, gustos y modas, que forman el rasgo más sobresaliente del ámbito internacional mediterráneo en los siglos VII y VI, conocida con el nombre de orientalizante.
Religión
La religión etrusca es revelada, y la ciencia religiosa se contenía en libros sagrados divididos en tres series: los haruspicini, que trataban del examen de las vísceras de las víctimas; los fulgurales, o interpretación del rayo, y los rituales, en los que se contenían los preceptos y cláusulas que debían regir la relación del individuo o colectivo con la divinidad. El conjunto de rituales y prácticas, de doctrina y teología se englobaba bajo el nombre de disciplina etrusca y era tan complejo que exigía la dedicación de sacerdotes especializados. El aspecto más importante de esta disciplina es, sin duda, la preocupación excesiva por desvelar el futuro, por penetrar en los misterios del destino y de sus fuerzas inflexibles y, por supuesto, por prevenirse en el caso de que este futuro fuera desfavorable. La figura del haruspex que, con el conocimiento de unas técnicas precisas, puede desvelar este destino, especialmente, mediante el examen del hígado de animales, es clave en la comprensión de la religión etrusca y gozó de enorme prestigio, no sólo en el mundo propiamente etrusco, sino en las culturas vecinas y, especialmente, en Roma.
Templo etrusco
El panteón etrusco presenta innumerables problemas, ya que el conjunto de divinidades propiamente etruscas sufrió modificaciones debidas al contacto con creencias de los pueblos vecinos y a la asimilación en funciones y relaciones con otros dioses de la mitología helénica y de los pueblos itálicos. El panteón etrusco está presidido por una tríada, Tinia, el dios del Rayo asimilado a Zeus; Uni, homologada a la romana Juno y Menrva, identificada con Minerva, a los que se veneraba en templos tripartitos, de los que el más famoso es el romano del Capitolio, construido en el período de dominio etrusco. Se conocen otros muchos nombres de dioses, sin poder, en la mayoría de los casos, precisar sus funciones y relaciones: Vertumnus,Voltumna, Fulfuns, Sethlans, Thurmus, Maris y Turan. Junto a estos dioses principales, destaca en la mitología etrusca la enorme proliferación de semidioses y potencias demoníacas, genios y espíritus de ultratumba, que conocemos por su continua representación en tumbas y sarcófagos. Esta obsesión por el más allá condujo a cuidar con especial esmero el lugar de reposo del difunto, rodeándolo de todo lo necesario para asegurar la continuidad de su vida. Las cámaras funerarias, excavadas en la tierra y alineadas en auténticas ciudades de los muertos, son aún hoy la más sorprendente manifestación de la cultura etrusca, y fuente inagotable de documentación. Estas tumbas, que reproducen en piedra la vivienda con su mobiliario, fingido en relieve o pintado, atesoran en sus paredes el impresionante testimonio de sus frescos, que nos abren plásticamente aspectos de la vida cotidiana y del largo viaje del alma más allá de la muerte.
Arte
Es evidente la existencia de un fuerte influjo griego, que convierte a Etruria en el elemento portador e irradiador del mundo cultural helénico a los pueblos itálicos. El arte etrusco, entre el siglo VIII y comienzos del VI, no elaboró, frente al arte griego, unos rasgos propios artísticos, con lo cual, al entrar en contacto casi exclusivo con la experiencia artística griega de comienzos del arcaísmo, acabó por caer en su órbita. Pero, precisamente esta etapa del arte etrusco, a lo largo del siglo VI, representa su fase más fecunda e interesante en la que, si bien los modelos son griegos, resultan patentes características regionales que la individualizan y le dan personalidad.
Arte etrusco
A comienzos del siglo V, el canon estilístico que impone Atenas, por un lado, y el aislamiento progresivo de Etruria, consecuencia de sus dificultades políticas y económicas, por otro, llevaron al anquilosamiento de su arte, que se limitó desde entonces a repetir las antiguas fórmulas arcaicas, ya sin vida, o copiar los modelos griegos, lo que lleva al arte etrusco, a partir del siglo IV y, paralelamente a la pérdida de su independencia política, a integrarse como una provincia más del arte griego, con casi absoluta pérdida de su originalidad
Referencias bibliográficas
Roldán Hervás, José Manuel. Historia de Roma I. La República romana. Ediciones Cátedra : Madrid, 1981.
Amoza, Verónica y Cubilla, César (moderadores); Los romanos. Parte I [en línea] [consultado el 24/05/2010]; Disponible en www.historiamoza.blogspot.com/2009/05/los-romanos-parte-i.html
Canto, A.M. Sobre los etruscos [en línea]. 2002. [consultado el 24/05/2010]. Disponible en www.celtiberia.net/verrespuesta.asp?idp=11133&pagina=1
Pellini, Claudio. Origen de Roma [en línea] [consultado el 24/05/2010] Disponible en www.portalplanetasedna.com.ar/origen_roma.htm

No hay comentarios: